IRENE HEWITSON:
AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UNA DIVA ACONTECIDA
CAPÍTULO 11
Imagen: Pixabay
"EL ASCENSOR"
Siempre pensé que lo peor que te puede pasar en un ascensor, aparte de quedarte atrapado al no abrirse las puertas, es que se descuelgue la cabina y mueras en una estrepitosa y contundente caída.
En mi familia debe haber algún gen en el ADN que hace que todos tengamos pánico a los ascensores, no a los sitios cerrados y pequeños, porque otros lugares no son problema para nosotros. El problema radica en los ascensores exclusivamente. Somos capaces de subir y bajar muchísimos pisos si alguien comparte ascensor con nosotros. Os preguntareis, ¿qué más da si alguien comparte el ascensor contigo? Si hay algún problema ¿no seguiría siendo el mismo? Pues explicárselo a nuestro caprichoso ADN y a alguna neurona extraviada que debe tener asociada, porque parece ser que si estamos en compañía el problema ya no es tan importante.
Os cuento el caso de una vez que sobreviniéndome unas ganas enormes de ir al baño, y como me esperaba una subida de 18 pisos, decidí hacerme la valiente y entrar sola en el ascensor. Era un edificio de oficinas de esos tan modernos que el ascensor es de cristal y puedes divisar la panorámica mientras sube, además de la tremenda altura que alcanza.
El ascensor tenía una puerta de entrada orientada al norte y una puerta de salida orientada al sur. Al entrar al ascensor, ya me di cuenta que la locución automática que te indica la apertura y cierre de puertas no iba acorde con la realidad e iba algo descompasada. Me sorprendí al ver que el ascensor arrancaba sin que la puerta de entrada se cerrara, pero es que lo peor fue que cuando ya llevaba unos tres o cuatro pisos de subida con la puerta abierta, oí que la locución informaba: “Open the door - Abriendo puertas”.
Ahí ya me asusté porque instintivamente dirigí mi mirada hacia la otra puerta y efectivamente pude comprobar que nada más acabar la locución la puerta de salida también se abría mientras el ascensor no paraba de ascender a cierta velocidad, ya que por lo visto nadie más había solicitado parada en los pisos intermedios.
Mi instinto de supervivencia me dictó que me dirigiera a la parte central del ascensor, lo más alejada posible de las puertas, abiertas y tan ventiladas. Y así lo hice a gatas y con un tembleque incontrolable por todo el cuerpo.
Imagino que la aventura soló duró unos segundos más, pero a mí me pareció eterno el trayecto. Solo notaba el aire en mi cara, un silbido tremendo en los oídos y mi pelo despeinado revoloteando por mi cara.
Creo que no hará falta que os diga que no me pude aguantar las ganas de hacer pis, después de aquella accidentada travesía y que al llegar a mi destino final en la planta dieciocho, me dirigí con las piernas aun temblando, directamente al baño. No a orinar porque eso ya lo hice en el interior del ascensor, sino a llorar desconsoladamente y desahogarme por aquel terrible percance.
Cuando ya me serené del todo, decidí marcharme ya que al no llevar ropa ni muda de recambio no me atreví a acudir a la cita que tenía prevista, que era nada menos que una entrevista de trabajo, una audición para un nuevo papel en una película.
Tampoco me atreví a avisar en recepción ni a seguridad del percance sucedido en el ascensor. ¡Que bochorno! Y yo con aquellas pintas y apestando a orines. Aún hoy no consigo comprender como fallaron los sistemas de seguridad. Supongo que la tecnología del siglo XXI tampoco es infalible.
Bajé por las escaleras de emergencia los dieciocho pisos acordándome de todo el santoral y jurando que en mi vida volvería a subirme a un ascensor, aunque no tenía claro si sería sola o quizá accedería a hacerlo acompañada.
Marifelita
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