Este jueves nos convoca Campi desde su blog CAMPIRELA para escribir sobre las supersticiones. Yo me he desviado un poco del tema, ya que en mi texto aparecen dos; la primera es terrorífica o sea que puede considerarse superstición: Cuando los personajes del relato se conducen libremente por él, sin consentimiento del autor ni del narrador. Esto es algo que comentan muchos de los que se dedican a escribir; como que toman vida propia. La otra, la del color de las manos, no es terrorifica, o sea que leyenda urbana.
Podéis encontrar el resto de supersticiones AQUÍ.
En un futuro muy, muy cercano…
Ortega y Cajal han sido emparejados por la I.A. de un
famoso programa televisivo de primeras citas. Como información privilegiada para
el lector indicaré que Ortega es aparentemente chica y Cajal aparentemente
chico. Los nombres propios no se usan ya en los medios de comunicación porque
son sexistas.
Ortega espera a su cita en el minibar del programa en que
solo caben dos personas. Lleva una larga y ajustada falda blanca por delante y marrón
grisáceo por detrás. En la mano izquierda luce un guante blanco a juego con la
falda al más puro estilo Michael Jackson.
Cajal llega y admira cómo Ortega apura su copa e ilusionada
por el espectáculo pide otra al verlo llegar. Lleva un pantalón… bueno, esto no
resulta esencial para la narración. El presentador los invita a dirigirse a la
mesa. Ortega y Cajal desfilan por el restaurante hasta llegar a su mesa. Una
vez acomodados piden. Ortega se afana en mostrar su guante en sus exageradas
gesticulaciones al hablar. En un momento dado, cuando Cajal ya apenas puede quitar
el ojo del guante, Ortega se lo quita en un acto de exhibición impúdica impropio
de la televisión. La cámara se centra en la rojez de la mano completamente desnuda.
Un rumor de asombro se extiende entre el resto de comensales. Todos se centran
ahora en Cajal, que se siente turbado porque no sabe exactamente qué se espera
de él. Percibe la diferencia de color
entre ambas manos y le viene a la cabeza lo que todos han comprendido ya.
Existe una leyenda urbana que reza que las chicas que usan el satifáyer o
cualquiera de sus variantes, muestran un cierto rubor en la mano izquierda,
aunque no tan exagerado como el de Ortega. Cajal se equivoca al sospecharlo, ya
que Ortega no usa ni ha usado nunca ese instrumento; el motivo de la rojez de
la mano izquierda es otro.
Cajal se disculpa y se dirige al lavabo. Allí saca su móvil
y pregunta al buscador: “¿Qué significa que una chica tenga la mano izquierda
roja?”. La I.A. responde: Que usa satisfáyer”.
“¿Y si es mucha la diferencia de color?”
“Que lo está usando en ese momento”
“Pero ¿Y si estamos en un restaurante?”
“Lleva puesto un satisfáyer remoto”
“¿Qué es un satisfáyer remoto?”
“Un satisfáyer que se acciona con un mando a distancia. Que
hay que explicártelo todo”. Las I.A.s, como en parte son I, a veces se toman
ciertas licencias. Cajal vuelve a su asiento, y ni corto ni perezoso, sin
calibrar la cagada que iba a cometer, suelta:
―¿Cómo es que tienes la mano izquierda tan roja?
―Ah… no me había dado cuenta. Bueno sí, es porque tengo
mala circulación ¿Te supone algún problema? ―pregunta en tono juguetón.
―La mano izquierda roja es un efecto secundario del uso del
satisfáyer ―acusa Cajal sin darse cuenta del ridículo que está a punto de
cometer.
―Pero eso es una leyenda urbana ¿no? ―pregunta sin
abandonar el tono.
―La I.A. dice que es verdad ―asevera el chico metiendo la
pata hasta el corvejón. Entonces Ortega estalla en una carcajada:
―¡Me has descubierto! ―¡¿PERRRRDONA?! ¡¿Cómo que “Me has descubierto”?!
Pero ¿esto qué es? ¿Un personaje ocultando información, por íntima que sea, al
narrador? Se va a cagar, esta―. Y este es tu premio ―le dice sonriendo y entregándole
el mando a distancia que acaba de sacar de su bolso.
Entonces, sin mediar retortijón ni aviso previo, Ortega se
caga. El tanga puede ofrecer una muy limitada contención, así que Ortega, tan
sorprendida como avergonzada, se levanta con cuidado y recula en una postura
peculiar hasta el baño, sin permitir que Cajal aparte los ojos de los suyos en ningún
momento. Una vez desaparecida, el chico que no se ha percatado de nada, se
queda contemplando las múltiples funciones y modos operativos que ofrece la
competencia. Y entonces es cuando se da cuenta de que lo que Ortega pretende al
retirarse de ese modo es comprobar el alcance del mando a distancia.