
TAN POCO
Joana escribía para salir de su confusión.
La poesía le servía para plasmar imágenes oníricas, visiones,
sensaciones, pensamientos que, de vez en cuando, sabía ajenos a sí misma pero
que deseaba; con todas sus fuerzas; entender e integrar de forma consciente.
Creía que si era capaz de mirar lo que ocurría con más
objetividad, como si observara a otra persona desde el exterior, podría captar
el verdadero significado de sus sentimientos y de sus inclinaciones
inconscientes.
Alguna vez, pocas, había compartido sus escritos con
compañeras de pupitre. Concretamente dos, a las que consideraba las más
íntimas.
Les gustaban sus escritos. Decían que escribía bien y se
preguntaban cómo era capaz de reflejar, de forma tan impactante y bella,
inquietudes que también tenían o habían vivido.
Sus comentarios la llevaron a descubrir que no era tan
distinta a las personas que le rodeaban. A darse cuenta de que las emociones
que la embargaban eran más comunes de lo que había imaginado. Llegó a
resumirlo, en su ingenuidad, con una sencilla premisa: “Los seres humanos somos
iguales y distintos; pero IGUALES”.
La fascinación por el significado de esta “humanidad”
compartida, la llevó a cursar estudios de psicología y más tarde de
psicoanálisis.
En la madurez, tras dos relaciones de pareja fracasadas y el
hijo de una de ellas ingresado durante largo tiempo en un centro de
desintoxicación, entendió que, a pesar de haber conseguido acompañar a muchos
de sus pacientes en el cambio de patrones mentales y conducta, seguía sin saber
demasiado sobre el tema que siempre la había preocupado.
Tras una pequeña crisis existencial, creyó ver una luz de
nuevo.
Vendió su casa, regaló sus posesiones y entró en un convento
de clausura rodeado de naturaleza, en un pequeño pueblo entre montañas.
Aunque el Dios de sus nuevas “hermanas” no era el suyo, sí lo
era el deseo de serenar su alma y buscar la felicidad en el olvido de las voces
sin sonido de su mente, a través del silencio interior.
Sin preguntas, sin cuestionamientos, sin comparaciones…
Ya solo le interesaba sentirse en paz.
La vida es acumular cosas durante años, experiencias, relaciones, objetos, fotografías y, después, irlas soltando poco a poco, intentando quedarse con lo esencial... No todos lo logran, claro, algunos tratan de seguir acumulando para llenar ese vacío interior que ni tan siquiera saben que tienen...
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